lunes, 2 de agosto de 2021

Kevin Cordón, ¡de qué planeta viniste!

México, 22 de junio de 1986. 01:09 PM, Estadio Azteca. Argentina vs Inglaterra.

Corría el Min. 54 de los cuartos de final. Unos metros antes de la media cancha, Maradona recibía de Héctor Enrique el pase para anotar el que es probablemente, el mejor gol de la historia de los mundiales, y quizá uno de los mejores en toda la historia del fútbol. Se ha escrito tanto sobre ese gol, y aun así, antes de comenzar a escribir, tuve que buscar el nombre del jugador que le dio el pase a ‘el Diego’ porque el show se lo lleva (¡y con razón!) el 10 de argentina. El gol es tan legendario que hasta la narración de don Víctor Hugo Morales es épica e histórica, pero ese no es el motivo principal de este artículo, eso, es otra historia; lo que nos une a esto, es que muchos de nosotros –sobre todo los más aficionados al fútbol– quisiéramos haber nacido al menos entre esos 13 segundos que corren desde que Maradona recibe el pase hasta que la pelota cruza el arco inglés, para tener algo de qué ‘agarrarnos’, para tener algo qué contar cada vez que se habla sobre ese gol tan mítico. Así como, seguramente, algún día, cuando tus nietos, hijos, compañeros de trabajo, vecinos, tus compañeros de universidad, las personas con las que compartas la mesa en el extranjero mientras cumples alguno de tus sueños viajando por el mundo, te pregunten “¿qué hacías el día que Kevin Cordón jugó ese histórico partido por la medalla de bronce?” y también tengas algo para contar. Tan sólo 36 años, 49 días, 15 horas, y 51 minutos después del gol del siglo, algo histórico ocurriría no sólo en Tokio, sino en Guatemala.

Muchos nos levantábamos con ese sentimiento que tienes cuando quieres ver –y a la vez no– algo que te emociona. Si no eres de esos, es probable que conozcas algún amigo, familiar, compañero, vecino, o al menos tengas el contacto telefónico de alguien que sí lo hizo. Porque, si uno se para a pensarlo, si de contexto, trascendencia y obra se trata, no hubo ni habrá otro partido igual.

Imagina que estás en una competencia mundial, que enfrentas a un rival durísimo, medallista olímpico, que, además, vives «en un país decadente, donde un burro es presidente» –como dice la canción–, un país que se hunde económicamente, que en términos de desigualdad ‘juega’ en desventaja, que carga con el dolor de intentar sobrevivir, pero que tiene la esperanza de que, aunque sea ese día, duela menos. ¡Vaya responsabilidad!

Ahora, ponte del otro lado de la pantalla, poder contar algún día “yo vi ese partido” ya es algo por lo que vale la pena hacer un pequeño esfuerzo más para salir de esta. Poder contar algún día “yo vi ese partido” es un rayito de luz. Un rayito de luz para ese enfermo en la cama del hospital, un rayito de luz para quien termina cansado su turno nocturno de trabajo, un rayito de luz para quien está lejos de Guate (y de su familia), un rayito de luz para quien recién pasa de un sueño frustrado (o busca cumplir uno), o –como hace unos días contaba Ana Sofía, atleta olímpica guatemalteca y además amiga de Kevin–, un rayito de luz para esa mujer que estaba dispuesta a regalarte una bandera de Guatemala si cuando querías comprarle una le decías que estabas emocionado por ver el partido, a pesar de que lo que ganaba en eso era (seguramente) lo único que tenía para pasar el día.

Quizá fue la lucha por poner a Guatemala, un país casi siempre desconocido, en el mapa mundial del deporte, sin necesidad de una medalla, solo con una actuacion memorable. Quizá fue que encontramos algo familiar en esa historia. Quizá fueron las lágrimas de impotencia (como las de Kevin en Río), quizá fue lo difícil de empezar a soñar, quizá fue una promesa sobre una tumba, quizá fueron las metas que parecían imposibles, quizá fueron las lágrimas de emoción. Quizá eso fue lo que hizo a Kevin tan nuestro. Quizá eso fue lo que nos tuvo en realidad ahí, frente al televisor. Fue la ilusión. Fue una promesa. Fue Guate. No fue el partido, ni siquiera fue la medalla, fue Kevin. Fue sentirlo tan 'como nosotros'. Fue poder contar una historia algún día, esa historia que empieza (o termina) con un: yo vi ese partido…



Que vea… aunque a veces no vea.

Dicen que nunca es tarde para contar una buena historia, quizá eso me ha dado cierta comodidad cada vez que me he dispuesto a escribir. La c...