jueves, 12 de enero de 2023

«Señor, ni siquiera estoy bien vestida.»

    Ya es 2023. Cualquiera pensaría que es un momento perfecto para escribir algún mensaje emotivo o motivacional aprovechando la ausencia que milagrosamente solo el mundial de fútbol pudo cortar. Algún otro pensaría también que es una buena ocasión para “sacar del armario” alguna anécdota o historia curiosa relacionada con el nuevo año; pero francamente, el blog nunca lo inicié con el propósito de sustituir alguna lección de historia, sino con la ilusión de que, tal como me ha pasado a mí, alguien pueda encontrar una historia que haga que sus lecciones de historia sean más emocionantes.

Si en la última entrada sentí que me faltaron cosas por contar (porque evidentemente me dejé llevar por todo lo que implica esperar un evento deportivo durante cuatro años), realmente parecería curioso, cuando menos, todo lo que ha pasado en poco más de un mes. Conciertos… dinero… viajes… hoteles… claro, todo eso habría pasado si fuese una súper estrella o el “influencer” de turno, pero no me refiero a cosas que me pasaron a mí, porque eso tiene de interesante un nivel menos que escaso (al menos para lo que necesita una entrada de blog), me refiero a eso que capta la atención total del mundo de un momento a otro: que si van a cerrar twitter, que si ahora WhatsApp será de pago… que si Bad Bunny tiró un teléfono… no, ya en serio. No ha sido intencional pero, tomando en cuenta mi fe, y también que ha terminado un año mundialista, el último mes ha tenido en especial dos sucesos que me han caído como anillo al dedo para tener algo sobre qué escribir, algo sobre qué contar: la muerte del Rey, y la muerte de Edson Arantes do Nascimento, Pelé.

Sobre Pelé ya se ha escrito y escuchado mucho, especialmente ahora. Es de esos personajes a los que su fallecimiento les engrandece más y les da incluso un aura de misticismo y epicidad, como si durante su vida no hubiesen hecho lo suficiente para ser recordados. Y sobre el otro personaje, Benedicto XVI, también ya se ha escrito y escuchado mucho, incluso hasta de más, considerando los bulos que durante tanto tiempo se han contado sobre él, aunque como dice el dicho «nadie le tira piedras a un árbol que no da fruto». “El otro personaje”, hasta para mí parece una falta de respeto referirme así del gran cardenal Ratzinger, pero es que en realidad, con Benedicto, siempre tuve una relación especial. No paternal, ni siquiera humana, emocional o espiritual. Es ese tipo de conexión que no puede explicarse. Quizá porque la primera ‘elección papal’ que me tocó ver fue la suya (y de hecho sí recuerdo haberla visto en directo), o porque se ha escrito tanto de su intelecto y a la vez de su humanidad, que realmente algo de mí solo quiere ser parte de ese todo que se cuenta sobre él y de lo indeleble que será su legado. Aún no lo sé. Solo sé que le tengo mucho cariño, y que le veo, como dijo el papa Francisco una vez “como un abuelo sabio”; y si he querido referirme a él como el Rey, es porque verle tan elegante y sereno en las primeras fotos que se publicaron de su funeral en San Pedro me ha recordado a un pasaje de El Señor de los Anillos:

«Pero cuando Aragorn se levantó, todos los que lo contemplaron se quedaron en silencio, pues les pareció que se les revelaba por primera vez. Alto como los reyes del mar de antaño, se alzaba por encima de todos los que estaban cerca; parecía anciano de días y, sin embargo, en la flor de la virilidad; y la sabiduría se asentaba en su frente, y la fuerza y la curación estaban en sus manos, y una luz lo rodeaba. Y entonces Faramir gritó:

"¡He aquí al Rey!"».

Pero ¿se acuerdan que al inicio dije que esto en realidad no iba sobre cosas que me habían pasado a mí y que la muerte de ciertos personajes les engrandece más? pues, durante esos días posteriores al funeral del santo padre (¡como si hubiesen pasado años!) he leído algo –una historia– que me ha gustado mucho. De esas cosas que desde la primera vez, sabes que de alguna manera permanecerán un buen tiempo ahí dentro, en el cajón donde guardas todo eso que quieres.

La historia va sobre Grzegorz Polakiewicz y su relación cercana con Benedicto XVI. Pero ¿quién es Grzegorz?, según sus propias palabras, “un chico corriente, sencillo, que experimentó la gran gracia de estar cerca de, en mi opinión, un santo.”

Cuenta entonces Grzegorz:

«El Santo Padre recordó cada uno de nuestros encuentros. Cada detalle. Y yo no era ni soy nada especial.

Recuerdo una de sus audiencias generales. Cuando llegué a la plaza de San Pedro, ya estaba repleta. Al final de la plaza, vi a una anciana rezando el rosario y esperando para encontrarse con el Papa. Desafortunadamente, ella estaba fuera de las barreras. Me acerqué a ella y le pregunté:

¿Quieres acercarte conmigo? tengo dos boletos.

No quiero molestarte. Seré feliz si al menos veo al Santo Padre.

Entonces te invito conmigo, desde ese lugar podrás ver mejor al Santo Padre –respondí.

Cuando llegamos a la sección especial, que está justo al lado del trono papal, sus ojos se llenaron de lágrimas y dijo:

Señor, ni siquiera estoy bien vestida. No debería estar aquí.

La tomé de la mano y le dije “El Señor Jesús está mirando otra prenda, la invisible a los ojos”.

En toda la audiencia, las lágrimas corrían por sus mejillas mientras miraba al Santo Padre. Todavía no sabía qué regalo Dios le había preparado. Luego de la bendición y el baciamano (beso de la mano), el Papa se dirigió al sector y ella pudo darle la mano.

Para el Santo Padre en ese momento ella era como la única persona en la plaza, y para ella él lo era también. El encuentro duró quizá dos segundos, pero fue uno de los más conmovedores que he presenciado.»

Como dije antes, no sé qué es exactamente lo que me ha hecho sentir cercano al Santo Padre, pero leer la anécdota de Grzegorz definitivamente me hizo sentir ese aguijón conmovedor y lacrimoso, quizá porque “me topé” con ella justo en la solemnidad de la Epifanía del Señor, y porque en unos días antes había escrito, como ejercicio espiritual, unos versos -muy malos- colocándome en la piel de uno de los pastorcillos del Belén y ese «Señor, ni siquiera estoy bien vestida. No debería estar aquí» me ha recordado instantáneamente a eso. O porque unos días antes de Navidad, sentí con un sacerdote esa misma conexión y cercanía cuando, finalizando una charla –enriquecedora y hasta catequética– sobre la muerte, comentó «¿En dónde están tus seres queridos? ¿en dónde están tus difuntos? ¿en el cielo? ¿en el purgatorio? no, tu ser querido está donde tú le recuerdas», pero eso es otra historia.



En 2005, Pelé y Benedicto XVI se encontraron en Alemania,
pero ¡quién iba a imaginar que “partirían” con menos de dos días de diferencia!





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