«Vengo de un lugar donde pocas personas creen que
sus sueños se pueden hacer realidad. Así que este título es para ellos, para
que les sirva de inspiración y como prueba de que Dios puede mover montañas y
hacer cosas imposibles con nuestras vidas»,
decía el brasileño Ítalo Ferreira, luego de transformarse en campeón mundial de
surf en 2019.
Jueves, 29 de julio de 2021, facebook,
instagram y twitter se veían inundados por fotos y hashtags relacionados con el
paro nacional. #ParoNacional29J, #RenunciaGiammatei y #ParoNacional eran
tendencia especialmente en twitter. Ese mismo día, en la madrugada, Kevin
Cordón y Luis Carlos Martínez hacían historia en el deporte nacional. Y es que,
recuerdo esto no sólo por cómo podría vincularse el hecho histórico de que
Ítalo se haya convertido en el primer campeón olímpico de surf de todos los
tiempos con Kevin Cordón convirtiéndose en el primer badmintonista no asiático
ni europeo en llegar a cuartos de final en Juegos Olímpicos, o por cómo la
mención de Ferreira a Dios se podría relacionar con la ingeniosa pero necesaria
(y hasta caritativa) forma a la que Kevin tuvo que recurrir para entrenar en el
salón parroquial de Zacapa porque el polideportivo estaba abarrotado de
pacientes de Covid-19, ni por cómo aquello de “venir de un lugar donde pocas
personas creen que sus sueños se pueden hacer realidad” podría ser
perfectamente una frase dicha por Luis Carlos, quien alguna vez recordaba
cuando vio a Michaell Phelps en el campeonato mundial de Melbourne en 2007
ganar en los 200 metros libres y de cómo eso fue semilla para que pudiera
hacerse realidad su sueño por llegar a Juegos Olímpicos, algo que ahora
seguramente ya es anecdótico luego de que ayer (además de convertirse en el
primer centroamericano en llegar a una final olímpica en cualquier prueba de
natación) hubiese superado el tiempo del propio Phelps en los juegos de Río
2016, es decir, le habría quitado la medalla de plata olímpica a uno de sus
ídolos.
El viernes 30 de julio, por la tarde,
las estaciones de radio, los canales deportivos internacionales, los canales
nacionales de televisión, y las redes sociales se veían inundadas, ahora, por
hashtags (y claro, hasta memes) de la clasificación de Cordón a las semifinales
de bádminton; para él ya era agua pasada ese día de 2016 en Río, cuando se
retiraba llorando por lesión. La cuenta oficial de twitter de los Juegos
Olímpicos colocaba una foto suya llorando de emoción en el suelo con la
descripción: «Hacer historia se ve así». (https://twitter.com/juegosolimpicos/status/1421276897435168777?s=20)
Quizá dentro de algunos años cada uno podamos
contar sobre esas madrugadas en que nos despertábamos para ver los partidos,
cuántos años teníamos, cómo, en donde y con quienes escuchábamos o veíamos el
camino que tomaba Kevin para convertirse en uno de los cuatro mejores
badmintonistas del mundo, cómo le daba una semilla de esperanza, una pequeña
alegría al país, en medio de tanta ruina.
Está a dos victorias de conseguir una
medalla (de oro o plata), el panorama es cada vez más complicado –si fuese
sencillo no sería tan histórico–, pero como dijo Arjona: «…y es tanta mi fe que aunque no tengo
jardín ya me compré una podadora.»
Desde una iglesia en Zacapa, hasta Tokio, para el mundo y los libros de historia del deporte: Kevin Cordón. Aunque... si logra una medalla, eso, es otra historia.
