Griego es un perro macho, mezcla de husky, de unos
3-4 años aproximadamente, juguetón, noble, a quien conocí por el tweet de una
asociación animalista, quienes buscaban a alguien que pudiese adoptarlo, luego
de que la doctora que le estaba brindado hogar temporal finalmente había
anunciado que ya no podría hacerse cargo de él. Griego, llegó al Parque de la
Industria, al hospital temporal de pacientes de Covid, algunos dicen que
simplemente fue en busca de algo de comida, otros dicen que le vieron entrar
con alguien, de cualquier forma, entre los pacientes se ha buscado a su dueño,
quien hasta ahora no ha aparecido. El caso ha tomado algo de fama en twitter,
especialmente por quienes comparan a Griego con Hachiko, aquel perro japonés
del que existen ya hasta unos cómics y una película (que incluso a algunos de
los que no son tan afines a expresarse emocionalmente les ha sacado una lágrima…
si no me creen, pregúntenle al Profesor), y por las fotos en las que
ciertamente se le puede notar una particular tristeza; no sé si es la pandemia
lo que ha aumentado (o al menos hecho más evidente) la sensibilidad de la gente
en redes sociales, pero es verdad que ahora, con la facilidad en la que esas
fotografías de postal están ‘a un
toque’ de distancia, algunas historias son (para bien o para mal) más sencillas
de divulgar. Aunque, ahora que lo pienso, “en los tiempos de Hachi” – ¡vaya
medida de tiempo me he sacado de la manga!– algunas cosas no eran tan
distintas… quizá a eso le deba algo de su gran fama. ¡Si hasta una estatua y
una estación de tren con su nombre existen! De hecho, creo que solo la primera
guerra mundial pudo contra la historia emotiva detrás de la intocable estatua
de Hachi en Shibuya, pero eso es otra historia…
Hablando de fotografías virales, ¿a alguien se le
hace conocido el nombre “Richard Drew”? ahora seguramente no, pero precisamente
en una fecha como hoy hace 20 años, durante el famoso 11-S, el nombre de Richard –también– comenzaba a aparecer en varios
noticieros, periódicos y hasta controversias alrededor del mundo. Richard es un
fotoperiodista cuyo trabajo más famoso es, seguramente, una fotografía titulada
‘The Falling Man’. En la imagen no aparecen ni aviones, ni humo, ni fuego, ni
escombros. Solo un hombre cayendo. Una de las 2.973 personas que perdieron la
vida ese día fatídico en los ataques terroristas. 'The Falling Man' es una
víctima que, probablemente ante la pérdida de toda esperanza, tomó la decisión
de saltar al vacío por las ventanas del World Trade Cente. A día de hoy
continúa sin saberse la identidad de «El hombre que cae», aunque se cree que
fue un trabajador del restaurante 'Windows on the World', situado en la torre
norte. "Estaba vertical, con la cabeza gacha, entre las dos torres. Había
una simetría allí. Pero solo estuvo así por un instante. Si hubiera sido otro
momento, hubiera salido en otra posición", decía Drew para BBC Brasil en
2016.
Hay fechas que nos recuerdan la fragilidad de las
construcciones humanas y la importancia de crecer, no en altura y poder, sino
en humanidad y en fraternidad, el ’11-S’, a mi parecer, es una de ellas.
¡Existe tanta conspiración en torno a ese día! Un antes y un después. El 11-S
es tan histórico, y entre todo lo que se ha dicho y escrito, hay una frase de
san Juan Pablo II durante la Audiencia General un día después del atentado, que
–para mí– queda como anillo al dedo para
estos ‘tiempos de pandemia’. Decía entonces el papa: “Que Dios infunda valor a
los supervivientes, secunde con su ayuda la obra benemérita de los socorristas
y de los numerosos voluntarios, que en estas horas se dedican con todas sus
energías a afrontar tan dramática emergencia. Os invito también a vosotros,
queridos hermanos y hermanas, a uniros a mi oración”.
Y a propósito de historias y aviones, hace unos
días leía una anécdota curiosa de Arturo Marí, fotógrafo personal de san Juan
Pablo II y ex director de L'Osservatore Romano:
«Estabamos en el avión con destino a Senegal, en
las afueras de Italia. Nos subimos a una nube de hielo en el Mediterráneo y
nuestro avión no tenía sistema para descongelar las alas. A 12 000 metros
sobre el nivel del mar… de repente, nos encontramos a 1 500 metros. Todos
estábamos muy agitados, el avión pareció caer. En cambio, él [san Juan Pablo
II] estaba quieto, él estaba leyendo el breviario, sentado en su lugar.
En cuanto el avión volvió, miró por la ventana, asintió, y como si nada hubiera pasado, nos dijo sonriendo: “¿…problemas?”.»