Dicen que nunca es tarde para contar una buena historia, quizá eso me ha dado cierta comodidad cada vez que me he dispuesto a escribir. La comodidad de querer escribir “de un tirón” hasta estar totalmente satisfecho; pero darle vueltas a eso me ha llevado a cuestionarme ciertas cosas: ¿Qué hace “buena” a una historia? ¿Cuándo realmente una historia está lista para contar? ¿Cuándo es la historia perfecta? Si cada historia tiene su atractivo, ¿cómo identificas cuáles son esas líneas infaltables de cada una?, esos fragmentos que sabes que debes contar para llamar la atención de la gente; y no me refiero solamente a reglas gramaticales o recursos narrativos, sino a los trozos que son capaces de emocionarte cada vez que los escuchas o (incluso) los cuentas, porque cada uno tiene el corazón hecho de cosas distintas, y porque claro, si de un recuerdo se tratase, probablemente la distancia entre emocionarse o no, no sería tan difícil de definir. Cada uno sabe dónde, cuándo, cómo o qué recordar para emocionarse, es, de hecho, de donde recordar tiene su origen etimológico: re-cordis, volver a pasar por el corazón. Cada uno sabe qué recordar cuando necesita una chispita de luz, o qué recordar cuando tiene ganas de sentirse un poquito más feliz, o incluso cuando parece que el corazón quiere drenar un par de lágrimas. Recordar hasta emocionarse sin necesidad de forzar las emociones. Pero ¿y las historias? ¿Cómo sabes si una historia tiene los recursos suficientes para emocionar al insensible o para sacarle una sonrisa a quien tiene las fauces mecanizadas solamente para comer? Y, después de pensar y repensar todo eso, he llegado a una –muy vaga– conclusión: sabes qué contar, cuando sabes mucho para contar; como si tu propio catálogo de historias estuviese clasificado por recursos, emociones y muchas más categorías, algo así como “Leyendas para gente nocturna” o “Historias para gente que ya sabe tal historia” porque aunque algo ya esté contado mil veces, hay personas que siempre tienen algo que agregar, ya sea por narrativa, por necesidad, o por moraleja.
Por ejemplo, la famosa fábula de la Liebre y la Tortuga; hemos escuchado suficiente sobre lo que la comodidad y la persistencia pueden lograr, todos sabemos de memoria cómo la inquebrantable voluntad de la tortuga conquista un imprevisible triunfo contra una liebre tan veloz como vanidosa. Sin embargo, hay una versión mucho más profunda, más… enriquecedora. Resulta que después del triunfo inesperado de la tortuga, la liebre propone la revancha, revancha que por sobre aviso termina ganando... pero la historia no termina ahí, y aunque sí que da para un blog entero, esta vez, no es eso lo que quiero contar. Esta vez quiero escribir sobre Jimena…
Si frecuentas las redes, eres católico o tienes algún amigo/conocido que sea buen católico (otra vez las dudas… ¿Qué es un buen católico?), probablemente has escuchado de ella. Jimena es una chica madrileña de 16, que hace casi tres años empezó a perder la vista hasta quedarse con el 5% y sin capacidad de enfocar; veía mucho menos que borroso.
Hay muchas cosas que contar sobre Jimena y muchas otras que ya se han contado y se pueden encontrar por la red, por ejemplo (y por lo que se ha hecho viral), que el 5 de agosto, el día de la Virgen de las nieves, durante la JMJ, recuperó completamente la visión después de comulgar.
Pero entonces, ¿por qué contar algo que ya se ha contado? Quizá porque siempre hay una forma nueva de contar las cosas, porque no se ha contado lo suficiente, porque siempre se puede escuchar o ver distinto… o porque siempre hay algo que aprender, siempre hay algo nuevo que una historia tiene para enseñar. Porque si afinas los sentidos, la moraleja de la historia correcta podría darte la jaculatoria perfecta, especialmente, si se lo encomiendas a la Virgen.
Madre, que descubra qué me quieres decir.
Madre, que vea…
Lo que se ha dado a conocer a los medios ha sido sobre todo el final de la historia, pero hay muchas otras cosas detrás que nos pueden ayudar.
Cuando Jimena comenzó a quedarse ciega, se le vino el mundo encima y se derrumbó. Se derrumbó literalmente. Por la angustia de pensar que no podría volver a ver con normalidad, Jimena sufrió un colapso que le llevó a perder la sensibilidad en las piernas y en los brazos y estuvo dos meses en silla de ruedas por no poder andar. Sin embargo, en todo este proceso, hubo un momento en el que Jimena y su familia descubrieron de una forma nueva, de una forma especial, la maternidad de María. Descubrieron que la Virgen estaba a su lado, que los iba a acompañar en ese viaje aparentemente sin sentido. Entre otras cosas, sufrió de estrabismo, es decir, los ojos se le quedaron totalmente bizcos. Después de tantos intentos fallidos con gotas, parches y demás, los médicos propusieron intervenirle los ojos con unas inyecciones, aunque los padres de Jimena tenían ciertas dudas.
Finalmente, fueron a Pamplona, donde estaba prevista la intervención; la noche anterior estuvieron rezando con mucha fe delante de la imagen de la Madre del Amor hermoso, en la ermita de la universidad de Navarra, se pusieron a la disposición de la Virgen y abandonaron en Sus manos sus preocupaciones…
Madre, que vea.
Al día siguiente, el 8 de junio de hace un par de años, inexplicablemente la operación de Jimena no aparecía como prevista en los datos del hospital. Aquello lógicamente no tenía mucho sentido, porque habían hablado con el médico y la cita estaba acordada, pero como no quedaba ningún quirófano libre, decidieron ir a misa; ese día y a esa misma hora, en el colegio de Jimena, se celebraba también una misa por el éxito de la operación, mientras tanto, Jimena y sus padres asistían a la misa en la capilla de la Virgen del camino (patrona de Pamplona) en la iglesia de san Cernin, y justo en el momento de la consagración los ojos de Jimena volvieron a su posición normal. Ella seguía sin recuperar la vista, pero se dieron cuenta de la protección maternal de María, y decidieron volver a ponerse confiadamente en sus manos.
Jimena reconoce que al principio de todo esto se preguntaba dónde estaba Dios, por qué le tenía que haber pasado a ella esa desgracia, pero dejó de preguntarse ¿por qué? y comenzó a preguntarse ¿para qué? (¡Madre, que vea!)
Y así, convencidos de que la Virgen conseguiría su curación, la familia entera comenzó a hacer innumerables novenas. La madre sobre todo, buscaba una fiesta significativa de la Virgen y hacían una novena pidiendo por la curación, y aunque después de las novenas no había frutos evidentes, la familia seguía rezando con fe. Madre, que vea.
De hecho, una novena muy especial fue la que hicieron del 30 de noviembre al 8 de diciembre del año pasado, la novena de La Inmaculada, Tenían la sensación de que podía ser ese el momento…
Jimena fue a una convivencia a Torre ciudad, y pasó por El Pilar, y estando allí, decidió ir a Lourdes… y rezó… y se mojó la cara… y no pasó nada… «Bueno, sí… –dice Jimena– creces por dentro.»
Madre, que vea… aunque a veces no vea que las cosas van saliendo como las espero.
Y seguían rezando… y también fueron a Fátima, ¡toda la familia!… pero tampoco ese era el momento. Y cayeron en la cuenta de que a pesar de la fe, querían hacer las cosas al modo humano. Querían hacerle los planes a la Virgen, no esperar a que ella actuase cuando ella quisiese. Y decidieron abandonarse más en manos de María.
El pasado mes de julio, Jimena tuvo una inspiración… como el 28 comenzaba la convivencia que culminaría en la JMJ, se le ocurrió que podrían empezar una novena, y porque además le sonaba que a principios se celebraba alguna fiesta de la Virgen.
Le comentó a su padre que había tenido esa inspiración, pero al instante le entraron las dudas «Bueno, no sé… creo que me lo he inventado», le dijo. El caso es que comprobaron que justo al noveno día se celebraba a la Virgen de las nieves, y empezaron la novena con mucha fe y con ganas de que mucha gente pudiera participar.
A Jimena habitualmente le daba mucho pudor pedirle a la gente que rezase por ella, y en otras novenas no se lo pedía a nadie, pero esa vez le dio igual… bueno, no igual; la noche anterior al inicio de la convivencia, se dedicó a enviar innumerables audios para pedir que se uniesen: a amigas con las que ya hacía tiempo que no hablaba, o incluso que no eran creyentes. Y a partir de dos oraciones de la Virgen de las nieves, compusieron una más sencilla para que la pudieran rezar “¡hasta los perezosos!”:
Y durante la convivencia, empezaron a rezar la novena por la noche todas las chicas que participaban. Los primeros días, Jimena se decía «Si no pasa, pues no pasa nada…», pero a mitad de la novena, se dio cuenta de que sí que pasaba, que si no se curaba no habría kleenex en el mundo para consolarla, y también se dio cuenta de que inconscientemente estaba buscando algo como un plan B, pero esta vez no había plan B.
Un sacerdote amigo de la familia les había insistido que tenían que dar un salto de fe, aunque ellos no sabían exactamente en qué podría consistir eso de «El salto de fe»; justo el día anterior, Jimena dirigió uno de los misterios del rosario y puso antes como intención la fe: «Que tengamos más fe», le salió de dentro, pensando en tantas amigas con poca fe y en la necesidad de que todos tengamos más fe. ¡Madre, que vea!
Llegó el día 5, Jimena se confesó antes de la misa. «Yo creo que fue una confesión muy productiva», cuenta con una sonrisa. Y durante la misa estuvo muy nerviosa.
En la consagración comenzó a temblar recordando aquel otro suceso que le había ocurrido también durante la consagración… pero no pasó nada. Sin embargo, seguía convencida de que tenía que ser en misa.
Del brazo de una amiga se acercó a comulgar y volvió a su banca, se puso de rodillas, y comenzó a llorar, pero a llorar con paz y con los ojos cerrados. «Si cierras los ojos llorando, siguen cayendo lágrimas», afirma sin lugar a dudas… y llegó el momento de abrir los ojos: «– ¡Ay, Madre!– se decía», los abrió… y vio el sagrario con toda nitidez.
Con la facilidad en que algo se vuelve viral ahora y en un evento como la JMJ, esto no podría pasar desapercibido fácilmente. De hecho, en YouTube se pueden encontrar los audios que ella y algunas de sus amigas enviaron contando cómo vivieron y lo que ha supuesto la curación de Jimena. Y claro, uno se puede quedar maravillado, sorprendido, estupefacto… incrédulo incluso, pero sería una pena quedarse ahí. No nos podemos quedar viendo el dedo que apunta la Luna, porque aunque no la veamos, la Luna siempre ha estado ahí. Como la Virgen, que ha acompañado a Jimena como verdadera madre todo este tiempo, que la ha sostenido, que ha sabido soltar con dulzura algo muy parecido a un nudo gordiano, y que ha hecho las cosas cuando ha querido, cuando ha sido su momento…: en mitad de la JMJ, en una misa con muchos asistentes… pero a la vez lejos de sus padres, y de algunas personas que más le han acompañado todo este tiempo… Madre, que vea… como contaba una chica que estuvo presente en aquella misa «He sido consciente de que Dios siempre actúa», y sí, aunque no seamos capaces de verlo, de escucharlo… aunque nos deje señales en las innumerables historias de todos los días o en una historia extraordinaria, como dice aquel autor «… que tú ya sabes de memoria, porque tiene algo de ti.»