jueves, 28 de septiembre de 2023

Que vea… aunque a veces no vea.



Dicen que nunca es tarde para contar una buena historia, quizá eso me ha dado cierta comodidad cada vez que me he dispuesto a escribir. La comodidad de querer escribir “de un tirón” hasta estar totalmente satisfecho; pero darle vueltas a eso me ha llevado a cuestionarme ciertas cosas: ¿Qué hace “buena” a una historia? ¿Cuándo realmente una historia está lista para contar? ¿Cuándo es la historia perfecta? Si cada historia tiene su atractivo, ¿cómo identificas cuáles son esas líneas infaltables de cada una?, esos fragmentos que sabes que debes contar para llamar la atención de la gente; y no me refiero solamente a reglas gramaticales o recursos narrativos, sino a los trozos que son capaces de emocionarte cada vez que los escuchas o (incluso) los cuentas, porque cada uno tiene el corazón hecho de cosas distintas, y porque  claro, si de un recuerdo se tratase, probablemente la distancia entre emocionarse o no, no sería tan difícil de definir. Cada uno sabe dónde, cuándo, cómo o qué recordar para emocionarse, es, de hecho, de donde recordar tiene su origen etimológico: re-cordis, volver a pasar por el corazón. Cada uno sabe qué recordar cuando necesita una chispita de luz, o qué recordar cuando tiene ganas de sentirse un poquito más feliz, o incluso cuando parece que el corazón quiere drenar un par de lágrimas. Recordar hasta emocionarse sin necesidad de forzar las emociones. Pero ¿y las historias? ¿Cómo sabes si una historia tiene los recursos suficientes para emocionar al insensible o para sacarle una sonrisa a quien tiene las fauces mecanizadas solamente para comer? Y, después de pensar y repensar todo eso, he llegado a una –muy vaga– conclusión: sabes qué contar, cuando sabes mucho para contar; como si tu propio catálogo de historias estuviese clasificado por recursos, emociones y muchas más categorías, algo así como “Leyendas para gente nocturna” o “Historias para gente que ya sabe tal historia” porque aunque algo ya esté contado mil veces, hay personas que siempre tienen algo que agregar, ya sea por narrativa, por necesidad, o por moraleja.

Por ejemplo, la famosa fábula de la Liebre y la Tortuga; hemos escuchado suficiente sobre lo que la comodidad y la persistencia pueden lograr, todos sabemos de memoria cómo la inquebrantable voluntad de la tortuga conquista un imprevisible triunfo contra una liebre tan veloz como vanidosa. Sin embargo, hay una versión mucho más profunda, más… enriquecedora. Resulta que después del triunfo inesperado de la tortuga, la liebre propone la revancha, revancha que por sobre aviso termina ganando... pero la historia no termina ahí, y aunque sí que da para un blog entero, esta vez, no es eso lo que quiero contar. Esta vez quiero escribir sobre Jimena…

Si frecuentas las redes, eres católico o tienes algún amigo/conocido que sea buen católico (otra vez las dudas… ¿Qué es un buen católico?), probablemente  has escuchado de ella. Jimena es una chica madrileña de 16, que hace casi tres años empezó a perder la vista hasta quedarse con el 5% y sin capacidad de enfocar; veía mucho menos que borroso.

Hay muchas cosas que contar sobre Jimena y muchas otras que ya se han contado y se pueden encontrar por la red, por ejemplo (y por lo que se ha hecho viral), que el 5 de agosto, el día de la Virgen de las nieves, durante la JMJ, recuperó completamente la visión después de comulgar.

Pero entonces, ¿por qué contar algo que ya se ha contado? Quizá porque siempre hay una forma nueva de contar las cosas, porque no se ha contado lo suficiente, porque siempre se puede escuchar o ver distinto… o porque siempre hay algo que aprender, siempre hay algo nuevo que una historia tiene para enseñar. Porque si afinas los sentidos, la moraleja de la historia correcta podría darte la jaculatoria perfecta, especialmente, si se lo encomiendas a la Virgen.
Madre, que descubra qué me quieres decir.

Madre, que vea…

Lo que se ha dado a conocer a los medios ha sido sobre todo el final de la historia, pero hay muchas otras cosas detrás que nos pueden ayudar.

Cuando Jimena comenzó a quedarse ciega, se le vino el mundo encima y se derrumbó. Se derrumbó literalmente. Por la angustia de pensar que no podría volver a ver con normalidad, Jimena sufrió un colapso que le llevó a perder la sensibilidad en las piernas y en los brazos y estuvo dos meses en silla de ruedas por no poder andar. Sin embargo, en todo este proceso, hubo un momento en el que Jimena y su familia descubrieron de una forma nueva, de una forma especial, la maternidad de María. Descubrieron que la Virgen estaba a su lado, que los iba a acompañar en ese viaje aparentemente sin sentido. Entre otras cosas, sufrió de estrabismo, es decir, los ojos se le quedaron totalmente bizcos. Después de tantos intentos fallidos con gotas, parches y demás, los médicos propusieron intervenirle los ojos con unas inyecciones, aunque los padres de Jimena tenían ciertas dudas.

Finalmente, fueron a Pamplona, donde estaba prevista la intervención; la noche anterior estuvieron rezando con mucha fe delante de la imagen de la Madre del Amor hermoso, en la ermita de la universidad de Navarra, se pusieron a la disposición de la Virgen y abandonaron en Sus manos sus preocupaciones…

Madre, que vea.

Al día siguiente, el 8 de junio de hace un par de años, inexplicablemente la operación de Jimena no aparecía como prevista en los datos del hospital. Aquello lógicamente no tenía mucho sentido, porque habían hablado con el médico y la cita estaba acordada, pero como no quedaba ningún quirófano libre, decidieron ir a misa; ese día y a esa misma hora, en el colegio de Jimena, se celebraba también una misa por el éxito de la operación, mientras tanto, Jimena y sus padres asistían a la misa en la capilla de la Virgen del camino (patrona de Pamplona) en la iglesia de san Cernin, y justo en el momento de la consagración los ojos de Jimena volvieron a su posición normal. Ella seguía sin recuperar la vista, pero se dieron cuenta de la protección maternal de María, y decidieron volver a ponerse confiadamente en sus manos.

Jimena reconoce que al principio de todo esto se preguntaba dónde estaba Dios, por qué le tenía que haber pasado a ella esa desgracia, pero dejó de preguntarse ¿por qué? y comenzó a preguntarse ¿para qué? (¡Madre, que vea!)

Y así, convencidos de que la Virgen conseguiría su curación, la familia entera comenzó a hacer innumerables novenas. La madre sobre todo, buscaba una fiesta significativa de la Virgen y hacían una novena pidiendo por la curación, y aunque después de las novenas no había frutos evidentes, la familia seguía rezando con fe. Madre, que vea.

De hecho, una novena muy especial fue la que hicieron del 30 de noviembre al 8 de diciembre del año pasado, la novena de La Inmaculada, Tenían la sensación de que podía ser ese el momento…

Jimena fue a una convivencia a Torre ciudad, y pasó por El Pilar, y estando allí, decidió ir a Lourdes… y rezó… y se mojó la cara… y no pasó nada… «Bueno, sí… –dice Jimena– creces por dentro.»

Madre, que vea… aunque a veces no vea que las cosas van saliendo como las espero.

Y seguían rezando… y también fueron a Fátima, ¡toda la familia!… pero tampoco ese era el momento. Y cayeron en la cuenta de que a pesar de la fe, querían hacer las cosas al modo humano. Querían hacerle los planes a la Virgen, no esperar a que ella actuase cuando ella quisiese. Y decidieron abandonarse más en manos de María.

El pasado mes de julio, Jimena tuvo una inspiración… como el 28 comenzaba la convivencia que culminaría en la JMJ, se le ocurrió que podrían empezar una novena, y porque además le sonaba que a principios se celebraba alguna fiesta de la Virgen.

Le comentó a su padre que había tenido esa inspiración, pero al instante le entraron las dudas «Bueno, no sé… creo que me lo he inventado», le dijo. El caso es que comprobaron que justo al noveno día se celebraba a la Virgen de las nieves, y empezaron la novena con mucha fe y con ganas de que mucha gente pudiera participar.

A Jimena habitualmente le daba mucho pudor pedirle a la gente que rezase por ella, y en otras novenas no se lo pedía a nadie, pero esa vez le dio igual… bueno, no igual; la noche anterior al inicio de la convivencia, se dedicó a enviar innumerables audios para pedir que se uniesen: a amigas con las que ya hacía tiempo que no hablaba, o incluso que no eran creyentes. Y a partir de dos oraciones de la Virgen de las nieves, compusieron una más sencilla para que la pudieran rezar “¡hasta los perezosos!”:

«Virgen de las nieves, Señora del cielo,
imploramos madre nuestra, tu presencia celestial
y pues, de tus manos Señora, nace todo milagro,
bendícenos, ampáranos, ayúdanos,
te pedimos, ten compasión de nosotros y danos amor,
unión, paz, y la dicha que tanto deseamos (pídase –Madre, que vea–)
por Jesucristo, Nuestro Señor…».

Y durante la convivencia, empezaron a rezar la novena por la noche todas las chicas que participaban. Los primeros días, Jimena se decía «Si no pasa, pues no pasa nada…», pero a mitad de la novena, se dio cuenta de que sí que pasaba, que si no se curaba no habría kleenex en el mundo para consolarla, y también se dio cuenta de que inconscientemente estaba buscando algo como un plan B, pero esta vez no había plan B.

Un sacerdote amigo de la familia les había insistido que tenían que dar un salto de fe, aunque ellos no sabían exactamente en qué podría consistir eso de «El salto de fe»; justo el día anterior, Jimena dirigió uno de los misterios del rosario y puso antes como intención la fe: «Que tengamos más fe», le salió de dentro, pensando en tantas amigas con poca fe y en la necesidad de que todos tengamos más fe. ¡Madre, que vea!

Llegó el día 5, Jimena se confesó antes de la misa. «Yo creo que fue una confesión muy productiva», cuenta con una sonrisa. Y durante la misa estuvo muy nerviosa.

En la consagración comenzó a temblar recordando aquel otro suceso que le había ocurrido también durante la consagración… pero no pasó nada. Sin embargo, seguía convencida de que tenía que ser en misa.

Del brazo de una amiga se acercó a comulgar y volvió a su banca, se puso de rodillas, y comenzó a llorar, pero a llorar con paz y con los ojos cerrados. «Si cierras los ojos llorando, siguen cayendo lágrimas», afirma sin lugar a dudas… y llegó el momento de abrir los ojos: «– ¡Ay, Madre!– se decía», los abrió… y vio el sagrario con toda nitidez.

Con la facilidad en que algo se vuelve viral ahora y en un evento como la JMJ, esto no podría pasar desapercibido fácilmente. De hecho, en YouTube se pueden encontrar los audios que ella y algunas de sus amigas enviaron contando cómo vivieron y lo que ha supuesto la curación de Jimena. Y claro, uno se puede quedar maravillado, sorprendido, estupefacto… incrédulo incluso, pero sería una pena quedarse ahí. No nos podemos quedar viendo el dedo que apunta la Luna, porque aunque no la veamos, la Luna siempre ha estado ahí. Como la Virgen, que ha acompañado a Jimena como verdadera madre todo este tiempo, que la ha sostenido, que ha sabido soltar con dulzura algo muy parecido a un nudo gordiano, y que ha hecho las cosas cuando ha querido, cuando ha sido su momento…: en mitad de la JMJ, en una misa con muchos asistentes… pero a la vez lejos de sus padres, y de algunas personas que más le han acompañado todo este tiempo… Madre, que vea… como contaba una chica que estuvo presente en aquella misa «He sido consciente de que Dios siempre actúa», y sí, aunque no seamos capaces de verlo, de escucharlo… aunque nos deje señales en las innumerables historias de todos los días o en una historia extraordinaria, como dice aquel autor «… que tú ya sabes de memoria, porque tiene algo de ti.»

jueves, 12 de enero de 2023

«Señor, ni siquiera estoy bien vestida.»

    Ya es 2023. Cualquiera pensaría que es un momento perfecto para escribir algún mensaje emotivo o motivacional aprovechando la ausencia que milagrosamente solo el mundial de fútbol pudo cortar. Algún otro pensaría también que es una buena ocasión para “sacar del armario” alguna anécdota o historia curiosa relacionada con el nuevo año; pero francamente, el blog nunca lo inicié con el propósito de sustituir alguna lección de historia, sino con la ilusión de que, tal como me ha pasado a mí, alguien pueda encontrar una historia que haga que sus lecciones de historia sean más emocionantes.

Si en la última entrada sentí que me faltaron cosas por contar (porque evidentemente me dejé llevar por todo lo que implica esperar un evento deportivo durante cuatro años), realmente parecería curioso, cuando menos, todo lo que ha pasado en poco más de un mes. Conciertos… dinero… viajes… hoteles… claro, todo eso habría pasado si fuese una súper estrella o el “influencer” de turno, pero no me refiero a cosas que me pasaron a mí, porque eso tiene de interesante un nivel menos que escaso (al menos para lo que necesita una entrada de blog), me refiero a eso que capta la atención total del mundo de un momento a otro: que si van a cerrar twitter, que si ahora WhatsApp será de pago… que si Bad Bunny tiró un teléfono… no, ya en serio. No ha sido intencional pero, tomando en cuenta mi fe, y también que ha terminado un año mundialista, el último mes ha tenido en especial dos sucesos que me han caído como anillo al dedo para tener algo sobre qué escribir, algo sobre qué contar: la muerte del Rey, y la muerte de Edson Arantes do Nascimento, Pelé.

Sobre Pelé ya se ha escrito y escuchado mucho, especialmente ahora. Es de esos personajes a los que su fallecimiento les engrandece más y les da incluso un aura de misticismo y epicidad, como si durante su vida no hubiesen hecho lo suficiente para ser recordados. Y sobre el otro personaje, Benedicto XVI, también ya se ha escrito y escuchado mucho, incluso hasta de más, considerando los bulos que durante tanto tiempo se han contado sobre él, aunque como dice el dicho «nadie le tira piedras a un árbol que no da fruto». “El otro personaje”, hasta para mí parece una falta de respeto referirme así del gran cardenal Ratzinger, pero es que en realidad, con Benedicto, siempre tuve una relación especial. No paternal, ni siquiera humana, emocional o espiritual. Es ese tipo de conexión que no puede explicarse. Quizá porque la primera ‘elección papal’ que me tocó ver fue la suya (y de hecho sí recuerdo haberla visto en directo), o porque se ha escrito tanto de su intelecto y a la vez de su humanidad, que realmente algo de mí solo quiere ser parte de ese todo que se cuenta sobre él y de lo indeleble que será su legado. Aún no lo sé. Solo sé que le tengo mucho cariño, y que le veo, como dijo el papa Francisco una vez “como un abuelo sabio”; y si he querido referirme a él como el Rey, es porque verle tan elegante y sereno en las primeras fotos que se publicaron de su funeral en San Pedro me ha recordado a un pasaje de El Señor de los Anillos:

«Pero cuando Aragorn se levantó, todos los que lo contemplaron se quedaron en silencio, pues les pareció que se les revelaba por primera vez. Alto como los reyes del mar de antaño, se alzaba por encima de todos los que estaban cerca; parecía anciano de días y, sin embargo, en la flor de la virilidad; y la sabiduría se asentaba en su frente, y la fuerza y la curación estaban en sus manos, y una luz lo rodeaba. Y entonces Faramir gritó:

"¡He aquí al Rey!"».

Pero ¿se acuerdan que al inicio dije que esto en realidad no iba sobre cosas que me habían pasado a mí y que la muerte de ciertos personajes les engrandece más? pues, durante esos días posteriores al funeral del santo padre (¡como si hubiesen pasado años!) he leído algo –una historia– que me ha gustado mucho. De esas cosas que desde la primera vez, sabes que de alguna manera permanecerán un buen tiempo ahí dentro, en el cajón donde guardas todo eso que quieres.

La historia va sobre Grzegorz Polakiewicz y su relación cercana con Benedicto XVI. Pero ¿quién es Grzegorz?, según sus propias palabras, “un chico corriente, sencillo, que experimentó la gran gracia de estar cerca de, en mi opinión, un santo.”

Cuenta entonces Grzegorz:

«El Santo Padre recordó cada uno de nuestros encuentros. Cada detalle. Y yo no era ni soy nada especial.

Recuerdo una de sus audiencias generales. Cuando llegué a la plaza de San Pedro, ya estaba repleta. Al final de la plaza, vi a una anciana rezando el rosario y esperando para encontrarse con el Papa. Desafortunadamente, ella estaba fuera de las barreras. Me acerqué a ella y le pregunté:

¿Quieres acercarte conmigo? tengo dos boletos.

No quiero molestarte. Seré feliz si al menos veo al Santo Padre.

Entonces te invito conmigo, desde ese lugar podrás ver mejor al Santo Padre –respondí.

Cuando llegamos a la sección especial, que está justo al lado del trono papal, sus ojos se llenaron de lágrimas y dijo:

Señor, ni siquiera estoy bien vestida. No debería estar aquí.

La tomé de la mano y le dije “El Señor Jesús está mirando otra prenda, la invisible a los ojos”.

En toda la audiencia, las lágrimas corrían por sus mejillas mientras miraba al Santo Padre. Todavía no sabía qué regalo Dios le había preparado. Luego de la bendición y el baciamano (beso de la mano), el Papa se dirigió al sector y ella pudo darle la mano.

Para el Santo Padre en ese momento ella era como la única persona en la plaza, y para ella él lo era también. El encuentro duró quizá dos segundos, pero fue uno de los más conmovedores que he presenciado.»

Como dije antes, no sé qué es exactamente lo que me ha hecho sentir cercano al Santo Padre, pero leer la anécdota de Grzegorz definitivamente me hizo sentir ese aguijón conmovedor y lacrimoso, quizá porque “me topé” con ella justo en la solemnidad de la Epifanía del Señor, y porque en unos días antes había escrito, como ejercicio espiritual, unos versos -muy malos- colocándome en la piel de uno de los pastorcillos del Belén y ese «Señor, ni siquiera estoy bien vestida. No debería estar aquí» me ha recordado instantáneamente a eso. O porque unos días antes de Navidad, sentí con un sacerdote esa misma conexión y cercanía cuando, finalizando una charla –enriquecedora y hasta catequética– sobre la muerte, comentó «¿En dónde están tus seres queridos? ¿en dónde están tus difuntos? ¿en el cielo? ¿en el purgatorio? no, tu ser querido está donde tú le recuerdas», pero eso es otra historia.



En 2005, Pelé y Benedicto XVI se encontraron en Alemania,
pero ¡quién iba a imaginar que “partirían” con menos de dos días de diferencia!





lunes, 28 de noviembre de 2022

El Grupo de la ?uerte

Hace tiempo, comentaba con unos amigos algo sobre una de las interrogantes eternas de la vida: ¿cómo sabes cuándo insistir? y especialmente, ¿cómo sabes cuándo dejar de insistir? Debo decir que el insomnio y algunas dudas me han hecho replantearme esa pregunta varias veces. Quizá eso haya sido lo que me llevo estos últimos días a plantearle esa misma pregunta a un amigo sacerdote que respondió sabiamente con otra pregunta, inesperada pero totalmente lógica: ¿insistir en qué? y sobre todo ¿para qué?

Es muy probable que tantas preguntas hayan re acomodado las ideas, y claro, para alguien como yo, que es fan de las ideas locas que la gente suele rechazar, la ausencia no podía ser tan larga.

Sería absurdo escribir y retomar el blog como si nada hubiese pasado, porque desde la última vez, las ideas han sido más que suficientes como para excusarme detrás de un hackeo o la falta de historias por contar, porque el contenido ha sido tan basto como el que alguna vez me propuse, contenido incluso separado por temáticas, por sentimientos, calendarios u horarios, pero que como todos sabemos, nunca llegó… al menos acá, porque con un whatsapp, un café, una canción, una película o un libro, las historias nunca han faltado. Desde la más inédita hasta la más famosa. Cada una con su propia esencia y peculiaridad. Sin embargo, por muy quemado  que esté, esta vez hay que hablar de algo, eso de lo que todos hablan, pero que contado por alguien desapasionado, indiferente y hasta ecuánime, podría ser aburrido y cansino. Esta vez hay que hablar del Mundial de futbol. Claro, no de El Mundial como evento, como alfombra roja ni como mina de oro para las marcas más famosas del mundo o como el espacio publicitario perfecto, ni siquiera pretendiendo ser la mejor fuente de los sabías que más rebuscados de todo internet, de eso que se encarguen los otros, de cualquier forma, pensándolo bien ¿qué más se podría contar sobre eso?

Esta vez escribiré sobre el Mundial como me gusta: con sentimiento y a mi manera. No desde un estadio o desde un punto de vista político y religioso, de eso que se encarguen los otros, desde el sentimiento, ese sí es para nosotros, quienes nos emocionamos por algo de lo que realmente ni siquiera somos (al menos por ahora) participes directos. Que lo único que tenemos para contar es cómo gritamos “¡Gol!”, como si nuestra nacionalidad pasara de Brasil a España o de Túnez a Kuwait en 90 minutos.

Porque el futbol dice mucho más que un partido. Donde hay desgracia, necesidad, pobreza, discapacidad, o incluso catástrofes naturales, ahí está. Porque sin darte cuenta, durante un mes, el futbol te mueve. Y no me refiero solamente a aquellas personas que son capaces de cambiar su agenda diaria según el calendario mundialista o de dejar hábitos que parecen inamovibles solo por no perderse ningún partido, Mueve y está en lo que pasa en tu día a día durante un mes. Está en tu rutina, en tu trabajo, en lo que estudias, en lo que haces. En tu vocación y profesión. En lo que pasa en donde vives y hasta, por qué no, en tu espiritualidad y vida de fe.

Porque el futbol es más que una asociación y el Mundial de futbol es más que un evento deportivo; Es deporte en la cancha, es pasión la tribuna, es negocio en las oficinas. Es comedia, pues nos entretiene y nos hace pasar un buen rato. Es drama, pues a veces hasta nos hace llorar. Es novela, pues nos mantiene, hasta el último segundo, con la intriga de saber qué va a pasar. Es poesía. Es incertidumbre. Es indescriptible. Es un cúmulo de sentimientos… Está tu país, te emocionas, está tu ídolo, te emocionas, tu país fue campeón, te emocionas, tu país puede ser campeón, te emocionas… porque el mundial de fútbol, es más que solo un evento deportivo… no está tu ídolo, te emocionas, juega la selección del país que peor te cae y te emocionas… mientras más se acerca el día de la final y menos partidos hay, más te emocionas…

Ahí estás, sintiendo eternos los días sin partido, eternos como aquellos días tan malos. O emocionándote, asegurando que acabas de vivir algo inolvidable porque todo mundo dice que ese gol que tú viste será probablemente el mejor del mundial, y solo por eso ahora las penas pesan menos y hasta eres un poco más feliz.

Ahí estás, con el periódico del día listo, revisando el horario de partidos a primera hora, o en la noche preparando el calendario de bolsillo, con el que tantas instituciones aprovechan hacer propaganda porque saben que al día siguiente, antes de ir a trabajar, no faltará en la bolsa del pantalón o en el bolsillo de la camisa.

Porque durante el mundial los sentimientos pueden más… Porque las victorias de un equipo alimentan el orgullo de una nación. Porque el mundial mueve y paraliza a la vez

Porque todos conocemos a alguien que se emocione con los partidos, aunque su país ni siquiera vaya a participar. Aunque no tenga idea de tácticas de fútbol y lo que es un 4-2-3-1, aunque no tenga idea de cómo se pronuncia realmente el nombre de los jugadores titulares de cada equipo o del país revelación y no sepa “nada de su historia ni de su filosofía” como dice la canción, pero que está con la garganta lista para reclamarle al televisor como si el árbitro le pudiera escuchar.

Porque el mundial mueve y paraliza a la vez: antes de cada partido, ahí estás, preguntándole a tu conocido ducho en fútbol qué tiene que hacer tal o cual equipo para clasificar. Porque durante el mundial, escuchas la historia del jugador menos conocido del mundo y de alguna manera, hasta quieres que le gane o al menos no pierda contra tu equipo favorito… porque durante el mundial, la emoción puede más, tanto, que te tiene madrugando, o buscando en Google un resultado que, hace unos meses, antes del último repechaje parecía irrelevante, pero que ahora importa porque escuchaste que tu jefe tiene un vecino que es compadre de un excompañero de tu primo segundo lejano que está participando en una quiniela, y que puso unos resultados ridículos, pero en los últimos dos días pasó del penúltimo al tercer lugar, y ahora está a 2 ‘sorpresas mundialistas’ de ganar…

Porque todos conocemos a alguien que está ahí, en el trabajo con los audífonos puestos, con una de esas aplicaciones online para ver canales de cualquier parte del mundo… con una silla frente al televisor. Porque aunque estés en casa, en la oficina, en el bus de camino al trabajo, o con el azadón en mano y el oído puesto en la radio de baterías, la rutina se va unas semanas de vacaciones, porque el nombre que vaya después del grito de “¡Gooool!” no importa con tal de emocionarse y por eso vale la pena tener el celular con el volumen bajito, al final, esas cosas solo pasan una vez al año, o mejor dicho, un mes, cada mil cuatrocientas días. Porque todos conocimos a alguien que está allá, y que seguramente se habría emocionado con la hazaña mundialista de turno.

Porque durante el mundial, en la cancha, los equipos grandes dejan de ser grandes, al menos hasta que el resultado lo confirme, en el mundial, los equipos “pequeños” dejan de ser pequeños mientras su corazón diga lo contrario… porque un partido en el mundial puede cambiar la forma en que el mundo te ve (que se los cuente Zidane), porque en el mundial,  fuera de la cancha, el Grupo de la Muerte puede llegar a ser el Grupo de la Suerte si tu rival tiene un mal día, o si la emoción de tu país es más grande que el antecedente de tus otros 3 oponentes; para ejemplos, el caso de Costa Rica, que una vez (no hace muchos años), después de que todos le dieran por muerto por compartir grupo con 3 campeones mundiales, terminó en primer lugar, pero eso es otra historia.

 

P. D.: es fútbol, no intentes entenderlo.


Zinedine Zidane saliendo expulsado
en la final del Mundial de Alemania 2006,
su último partido como futbolista profesional. 


miércoles, 6 de abril de 2022

Iconografía: ¿cómo se transmite una emoción?

 

Fíjate en la imagen de arriba y dime quién de los dos es Superman y quién es Batman; la respuesta parecería muy obvia, pues los dos tienen su traje puesto. Sin embargo, si miras con un poco más de detenimiento te podrás dar cuenta de que hay cosas que no cuadran. Por ejemplo, que el peinado de Superman no es el típico con el que se le representa comúnmente, que Batman tiene una ligera mueca de sonrisa y Superman tiene el ceño fruncido o que Batman tiene lentes encima de su traje… ¡BIENVENIDOS A JUEGOS MENT…! No, ya en serio. Esta ilustración pertenece al cómic #37 de Batman. Lo que pasó en esta historia es que Clark y Bruce intercambiaron sus trajes para entrar a una fiesta de disfraces. Y aunque a simple vista no parece muy fácil de distinguir, el dibujante sí va dejando pistas a través de las ilustraciones y la iconografía de los personajes; cada dibujante hace a Bruce y Clark distintos, y gracias a detalles simbólicos (como los lentes, la expresión facial, el contexto, etcétera) nosotros sabemos quiénes son… exactamente eso mismo pasa con las distintas figuras religiosas, mitológicas, históricas y hasta publicitarias. Por ejemplo, hay gente que, decide leer un cómic, no por su historia sino simplemente por si les gusta o no el tipo de dibujos. Y a pesar de que la iconografía y los iconos históricos no son exactamente lo mismo, llegar a ser cualquiera de ambas cosas no es tan sencillo, es necesario ser lo suficientemente representativo y hasta emocional. Es necesario transmitir lo suficiente para que aquellos a los que representas se sientan identificados, y ser reconocido por aquellos que ni siquiera pertenecen a un contexto similar al tuyo.

Por cierto, hace unos días se realizó en Doha el sorteo para el mundial de fútbol que se realizará a final de este año en Catar. El sorteo del mundial, no es un sorteo más. De hecho, yo diría que es ese punto en el que mucha gente que no tiene el más mínimo interés en ese tipo de eventos comienza a sentir la ‘Euforia’ (no, no la de Netflix, esa es horrible). Después del sorteo, todo el ambiente comienza a prepararse; locales para alquiler en oferta, televisores en liquidación, ‘packs’ de cerveza, quinielas de bancos, posters de periódicos, calendarios mundialistas, que “si juntas las tapitas te ganas la pelota”, “internet gratis para ver los partidos”, venta de álbumes… hasta las estampitas te las venden súper caras si las que buscas son las más cotizadas o del jugador de moda.

Fuera de lo futbolístico, hay ciertas píldoras que ha dejado el sorteo. La sencillez, humildad, y el bienquedismo del bicampeón mundialista y capitán brasileño Cafú cuando le preguntaron por sus sensaciones sobre sus rivales de grupo “Veo que Brasil está en buena posición […], cuando jugamos contra Suiza no fue fácil. Camerún siempre es difícil…” casi contradictorio con el discurso cargado de orgullo y convicción de Lothar Matthäus, que aunque ganó solamente un campeonato mundial, después de todo, es alemán: “Los alemanes siempre tenemos mucha confianza […] respetamos a todos los equipos pero esto es un mundial. Hay muy buenos jugadores, espíritu de equipo, tenemos un gran entrenador; hay que disputar todos los partidos al más alto nivel… haremos todo lo posible para ganar este mundial.”

Más allá del debate y la polémica que ya es hasta obvia en este tipo de shows, el espectáculo del sorteo se lo terminó llevando, al menos en redes sociales, La’eeb la mascota oficial. No les mentiré, al inicio no estaba muy seguro si me parecía igual de simpático y ‘bonito’ que las mascotas anteriores, pero la pregunta es ¿qué es La’eeb? ¿Un fantasma? No. ¿El alma de algún jeque catarí? ¿La servilleta que le firmó Zidane a Florentino Pérez en Montecarlo para confirmar que quería jugar en el Real Madrid? Tampoco. La’eeb es una kufiya. La kufiya es una prenda tradicional árabe. En los países del golfo pérsico (como Catar) es utilizada, normalmente –y especialmente por los hombres–, junto con un agal, que es el círculo negro que la sostiene sobre la cabeza. Se utiliza en espacios laborales, educativos, eventos públicos y diplomáticos, etcétera. Es, digámoslo así, parte del atuendo nacional. Eso que todos pensaríamos que sería buena imagen para representar internacionalmente ‘lo nuestro’, como decía el slogan de un banco. Es decir, La’eeb es un ícono. Un ícono mundialista.

Quizá no tan simpático como Pique, de México 86’, o tan peculiar como Naranjito, porque pensándolo bien ¿qué podría tener de icónico una naranja? Sin embargo ¿quién podría saber más historias peculiares, icónicas y emocionantes que el futbol? Algunas positivas, otras no tanto, y con lo frágil e impredecible de la vida (sobre todo en este caso, en plena pandemia y con una guerra de por medio) para bien o para mal, al final, todas memorables. Memorables desde la cancha o la tribuna, o mejor dicho, desde el sillón de casa con el televisor prendido, desde alguna mesa en los horarios libres o de comida. En las madrugadas o con los audífonos puestos en horarios de trabajo. Algunas que quizá hayas visto, otras que tal vez alguien te contó. Todas, todas son memorables.

Memorables desde la cancha, como la venganza de Robben a Íker en 2014 después de que el portero español le hubiese parado todo en la final cuatro años antes.

Memorables como la anécdota que contó alguien una vez sobre cómo un niño brasileño y su padre escuchaban por la radio la final del ‘Maracanazo’, algo que hoy en día volvería a ser totalmente histórico, y no es para menos porque ese pequeño de tan solo 9 años sería nada más y nada menos que el Rey Pelé. O como la historia de ‘el Goyco’, portero suplente de Argentina que por una lesión y una inolvidable tanta de penales contra Italia (en Italia) terminó siendo figura y protagonista de aquel mundial en el 90’.

Y ya que andamos en anécdotas de penales, también como la historia de Luis Suárez en el partido de Sudáfrica 2010 contra Ghana (por cierto, ¿han escuchado el relato de la tanda de penales de Carlos Muñoz? “Muslerita… Muslerita, ¡Muslerita, Musleritaaaa!). Ese partido no fue solo memorable por el manotazo de Lucho, sino porque Asamoah falló el penalti de la victoria a un minuto del final de los tiempos extra (se imaginan lo que hubiera significado que Ghana llegase a semifinales). Tiempo después el mismo Asamoah contó que decidió no volver a patear jamás un penal. Y es que Sudáfrica 2010 era ya muy polémico desde antes de iniciar, especialmente por su balón. Decían que querían hacerlo totalmente perfecto y que por eso muy pocos jugadores podían dominarlo. Casi nadie, de hecho. Nadie, excepto Diego Forlán, que según cuentan, meses antes le pidió a Adidas una gran cantidad de balones para practicar después de los entrenamientos con su equipo, y vaya si no dieron resultado las horas de entreno, porque el Cachavacha terminó como balón de oro del torneo, pero eso es otra historia. Lo cierto es que, todas esas anécdotas serían vanas si no tuviesen detrás algo qué recordar, quedarían vacías si no tuviesen un sueño o una emoción como punto de partida, porque después de todo, aficionado o no, un mundial –y una ilusión– te pueden cambiar hasta la vida… por las historias o por los recuerdos. Después de todo, uno nunca sabe cuántas copas del mundo le quedan.



Maradona y Sergio Goycoechea saludándose durante la tanda de penaltis
en el partido contra Yugoslavia, la primera gran actuación del ‘Goyco’.



lunes, 31 de enero de 2022

Crímenes, Música y… Manson, la historia que ‘no es lo que parece’.

 Ha pasado más de un mes desde la última entrada del blog, podría escribir fácilmente sobre alguna anécdota de estos días, algo que leí o escuché, o un blog emotivo sobre el comienzo y los deseos para un año nuevo (qué oportuno ¿no? un mes después), porque de hecho, sí era algo que tenía pensado: publicar algo sobre “los nuevos ciclos”, como dice la gente, en realidad hasta se lo había encomendado a una persona en particular, pero el covid y ciertas cosas del destino lo impidieron, pero eso es otra historia (y no, no tenía preparado que el slogan quedara como anillo al dedo tan pronto).

Estaba yo un día pensando qué contar y escribir para no interrumpir la regla no escrita de subir –al menos– una entrada al mes; “aprovechando” el aniversario de fallecimiento de Heath Ledger pensé escribir algo al respecto, luego esa idea evolucionó a un borrador fallido sobre las películas de Batman, y luego a cualquier cosa relacionada al cine en general. Sin embargo, aunque evidentemente ninguna de las ideas llegó realmente a buen puerto, sí es verdad que encontré una forma de que no fueran totalmente deshechas.

Es bien sabido por la mayoría “de mis lectores” (como decían lo bloggers antes de que YouTube fuese la sensación) sobre mi afición por los cómics y las películas. Bueno, Paul Dano habló recientemente en una entrevista para Empire Magazine sobre su participación como Edward Niggma en “The Batman”. Paul comentó que cuando se enteró que Matt Reeves lo quería para el papel prefirió mantenerse cauteloso hasta leer el guion, pero que una vez que pudo leerlo, le bastaron unas páginas para saber que estaba en buenas manos. También dijo que investigó a fondo sobre El Asesino del Zodiaco, la principal inspiración de Reeves para concebir la intrigante y aterradora reinterpretación del Acertijo, algo que me entusiasmó más respecto a la película, porque, a pesar de que hasta antes de la entrevista no era algo oficial, yo ya lo veía venir.

A propósito de villanos, asesinos, cine y superhéroes ¿recuerdan aquella película “Now you see me” (o como la conocí yo al inicio, Los Ilusionistas)? Una película de 2013 protagonizada nada más y nada menos que por Morgan Freeman, Mark Ruffalo (Hulk en el MCU) y Jesse Eisenberg (Lex Luthor en el DCEU). Bueno, más allá de que el subtítulo “Nada es lo que parece” queda bien para la historia, ahora sí, al grano.

José Menéndez, creador de la famosísima productora RCA Records (de la que, por cierto hago una insignificante mención en el blog anterior, “link en la parte de abajo” como dicen los Youtubers) se mudaba con su familia (Kitty, Erik y Lyle) a Beverly Hills, en Los Angeles, a una increíble mansión –en la que, como dato curioso, también vivió Elton Jon–.

Lyle y Erik tenían 21 y 18 años respectivamente. Lyle iba a la Universidad de Princeton y Erik terminaba sus estudios de secundaria en Beverly Hills High. El domingo 20 de agosto de 1989 José y Kitty decidieron pasar el resto del día viendo películas en la sala de su casa mientras que Lyle y Erik habían ido al cine a ver la nueva película de Tim Burton, protagonizada por Michael Keaton, “Batman”. Cuando volvieron a casa, se encontraron con una escena horrorosa. Sus padres habían sido asesinados. Recibieron 14 disparos de escopeta, su padre 5 y su madre 9. Estaban, literalmente, destrozados y, según relatos de algunos testigos, prácticamente irreconocibles como seres humanos. La autopsia solo terminaría ratificando el nivel de brutalidad del crimen.

Tan solo un día antes del funeral, “comienza” (énfasis en las comillas) a pasar lo raro. El 24 de agosto, Lyle gastó 15 000 dólares en tres relojes Rolex. Minutos después, cuando estaba en la limosina familiar, antes de lanzar una risa digna de un psicópata le dijo Marcy (secretaria de su padre) mostrándole sus mocasines «Marcy, mira, ¿quién dijo que no podría llenar los zapatos de mi padre?».

Lyle y Erik obtuvieron más y más dinero por los pagos de seguro de sus padres, y parecía que la incalculable fortuna solo servía para ocultar la tristeza y el shock. El exceso de libertad, los lujos y la plata de Los Hermanos Menéndez parecían contraponerse a las sesiones de terapia para sobrellevar el tan atroz asesinato de sus padres, del que, eso sí, a veces también se olvidaban todos. Todos excepto Jerome Oziel, a quien, Erik, en una de las sesiones de terapia, quizá traicionado por los nervios y el estrés, le confesó que, junto a su hermano, habían asesinado a sus padres.

Una versión dice que la amante de Jerome escuchó la grabación de la sesión donde Erik confesaba, y fue directo a la policía; la otra versión dice que cuando Lyle supo que Erik le había contado del crimen a su terapeuta, lo amenazó y luego decidió contarlo él.

4 meses después de la confesión, el 8 de marzo de 1990, Lyle fue arrestado en Beverly Hills. Erik fue arrestado tres días después.

En Estados Unidos todos los canales y periódicos hablaban del tema, y a pesar de que un juez había declarado como evidencia las grabaciones de las sesiones de terapia, el caso terminó extendiéndose; ambos fueron procesados por separado con cargo de asesinato, pero no fue hasta marzo de 1996 que finalmente se les declaró culpables, y con eso se pudo determinar claramente la secuencia de los hechos:

El 18 de agosto de 1989, en san Diego, a más de 100 kilómetros de su mansión, los hermanos compraron dos escopetas calibre 12 en una tienda.

El 20 de agosto, día del crimen, entraron a la sala de su casa y dispararon las 14 balas a sus padres. Después, desarmaron las escopetas, se bañaron, se pusieron ropa limpia, fueron al cine a ver Batman, volvieron a su casa y se sorprendieron con la brutal escena.

La conclusión del caso fue simple: asesinato por abuso. Quizá fue un crimen tan brutal que la respuesta parece absurda, quizá es porque a simple vista, ni Erik ni Lyle son lo que parecen, o porque cuando se trata de psicópatas asesinos, no hay mucho en donde buscar respuestas lógicas. Para ejemplos, el caso de otro psicópata, Charles Manson. Incluso estuvo involucrado con uno de los productores de los Rolling Stones. El día que iba a quedar libre volvió a cometer un crimen para quedarse en la cárcel. A los 32 años ya había pasado casi la mitad de su vida de prisión en prisión. Esquizofrénico. Manipulador por excelencia. Orquestador de uno de los crímenes más sangrientos en toda la historia de Hollywood. Soñaba con ser un auténtico rockstar, de hecho, Charles decía que los Beatles se habían inspirado en su filosofía para escribir muchas de sus canciones, sobre todo las del Álbum Blanco, adoptó el nombre Helter Skelter (título de una canción) para bautizar una guerra mundial racial. Durante este enfrentamiento, según Charlie, él y La Familia (como denominó a su secta) se esconderían en un agujero en el desierto junto a los Beatles. Charles creía que los negros carecían de inteligencia pero se excedían en fuerza, por lo tanto, ganarían la guerra racial, y justo en ese momento la Familia Manson saldría y, por la incapacidad para gobernar de los negros, terminarían dominando el mundo bajo la batuta de su líder: Charles Manson.

Si eso te parece una locura, imagínate que Charlie estaba seguro de que los Beatles habían llegado a la misma conclusión que él y que le estaban dando ese mismo mensaje al mundo por medio de su disco, pero (ahora sí) eso es otra historia.







viernes, 24 de diciembre de 2021

Una jirafa, un reno, y las cosas pequeñas.


Hace unos días, mientras estaba con unos amigos, entre anécdota y anécdota salió un tema peculiar: el humor. Alguien comentó sobre los chistes. “Si el chiste es bueno, aunque lo leas, te hará reír.” “El ‘toque’ está en cómo lo cuentan, hay chistes tan malos que hasta dan risa.” decía otro. Eso me hizo recordar algo que escuché ya hace tiempo, una especie de enigma-chiste-adivinanza: “¿Cómo metes una jirafa a un refrigerador? Abres el refrigerador, y metes la jirafa.”

En realidad el acertijo consta de 4 preguntas, todas con respuestas igual de lógicas, extraordinarias y ridículas que la primera (el problema no es la jirafa, el problema es el tamaño del refri, diría Arjona). Sin embargo, a mí nunca se me ha dado eso de contar chistes, siempre he preferido contar historias, de hecho por eso está este blog; historias como las de Robert May, y por si acaso, y ya que está tan de moda el hombre araña, no, Robert no era un tío perdido de Peter; chistes malos aparte, Robert era un tipo normal, o mejor dicho, un tipo con una vida normal, tan normal que hasta tenía crisis. Evelyn, su esposa, tenía cáncer, ambos estaban fuertemente endeudados y además de eso en la tienda en la que trabajaba corría el rumor de que llegaría una ola de despidos. Sí, justo para la época navideña. ¿Qué más normal que eso?

Robert vivía en Chicago, siempre había soñado con escribir grandes historias y novelas, y aunque llegó a trabajar de escritor, yo realmente dudo que fuese lo que él esperaba, pues su trabajo consistía en escribir la descripción de la ropa en el catálogo de la tienda. Todos los años la tienda compraba paquetes enteros de libros para colorear y los regalaba durante la época navideña, y entonces, en 1938 algo cambió. Su jefe le pidió que escribiera un cuento navideño, pues ese año, para elevar las ventas, querían hacer algo distinto. Comenzó a esbozar sus primeras ideas. Navidad… Magia... Fantasía... Animales... Renos…
Escribía una y otra vez la historia de Rodolfo, en rimas, en prosa…pero cuando casi estaba terminado el cuento, Evelyn falleció. Pasó casi un año para que Robert terminase el cuento, pausó la historia casi tantas veces como la reescribió, le echaron de su casa y tuvo que ir a vivir a casa de sus suegros. ¿Ya ven, qué más normal que eso? (como diría el meme: ¿qué a ustedes no les echan de su casa?) Ya, en serio… Sus jefes le ofrecieron muchas veces ‘abandonar la historia’ para que alguien más la pudiese continuar, pero tantas veces como la reescribió y la pausó, también se negó dársela a otra persona, y en agosto de 1939 lo terminó. El mismo Robert contó alguna vez que sentó a sus suegros y a su hija Bárbara en la sala de su casa para leerles el manuscrito y que cuando vio su expresión, al terminar, supo que había logrado lo que tanto había querido.

En diciembre de ese año la tienda regaló 2.4 millones de copias. El cuento fue un éxito entre los clientes de la tienda, y no se imprimieron más porque estaba comenzando la segunda guerra mundial y había restricciones con el uso del papel. En 1946, la disquera RCA Victor le ofreció a Robert hacer lo que hoy sería un audio libro con el cuento. Las cosas ya no parecían tan mal… pero surgió un problema (ya ven, una vida normal…): el cuento, aunque era totalmente de su autoría, lo había escrito por encargo, ergo, él no contaba con los derechos.
El vicepresidente de la compañía, que era muy amigo de Robert, convenció al resto de los directivos para que le cedieran los derechos. Y ahora sí, Robert podría hacer cualquier cosa con Rodolfo, o, casi cualquier cosa, porque ¿recuerdan que les dije que Robert tenía una vida muy normal? Bueno, cuando parecía que, ahora sí, todo iba por buen camino surgió otro problema; el cuento había sido tan exitoso, que nadie quería volver a publicarlo (porque todas las copias las habían regalado). Sin embargo, como toda vida normal, Robert se encontró con alguien ridículamente bueno/generoso, tanto que estuvo listo para ayudarle. Harry Elbaum, que también era editor, dijo que se había identificado tanto con Rodolfo que estaba dispuesto a sacar 100, 000 copias. El cuento volvió a ser un éxito, ahora ya no solo en la tienda sino en cualquier puesto de venta de cuentos, periódicos y revistas.

Y entonces, comenzó la Rodolfomanía. Robert llamó a Johnny Marks, su cuñado, quien era músico, para pedirle una canción para Rodolfo, aunque Johnny dice que la famosa canción  fue idea suya y cuenta un relato totalmente distinto –insisto: una vida completamente normal–, de hecho, eso mismo le terminó distanciando de Robert, pero eso es otra historia...

A propósito de cosas difíciles y de la simpleza necesaria para entender cómo algo grande cabe dentro de algo ‘pequeño’, hoy, me gustaría terminar citando uno de mis fragmentos favoritos de Las Crónicas de Narnia, aprovechando la fecha; claro, no sin antes anhelar que, después de tantos cambios, tantas lágrimas, tantas perdidas, y tantos ‘sube y baja’ de la vida, al final todo vaya mejor, como le pasó a Robert… no, ahora que lo pienso, mejor no. Mejor anhelando que, después de tantos cambios, tantas lágrimas, tantas partidas, tantas mudanzas, y, por qué no, tantas alegrías, siga prevaleciendo la fe, como le pasó a María... como le pasó a san José. Mientras tanto… ¡Feliz navidad!

«–Me parece –dijo Tirian, sonriendo también– que el establo visto desde dentro y el establo visto desde fuera son dos lugares distintos.
–Sí –repuso lord Digory–, su interior es mayor que su exterior.
–Sí –indicó la reina Lucy–, también en nuestro mundo, en una ocasión un establo contuvo dentro algo que era mucho más grande que el mundo entero.»

- Las Crónicas de Narnia, La última batalla.


Robert May y su hija Barbara
con la primera edición de "Rodolfo, el Reno de la naríz roja".


lunes, 1 de noviembre de 2021

Vida, fe y las historias de un peluquero.

¿Les ha pasado algunas vez que se encuentran con una película interesante que no habían visto antes y, después de googlear el titulo o buscar información se dan cuenta que es muy famosa? ¿O que escuchan una canción y piensan “ahora que están re versionando mucha música, sería interesante que alguien hiciera una versión nueva de esa canción” y días después algún artista publica algo relacionado a eso?, bueno, algo similar me pasó hace más o menos dos semanas; finalizando una larga jornada de trabajo, mientras veía Misión: Imposible V - Nación Secreta, me enteraba de una noticia: Alec Baldwin (actor de reparto de M:I - V), había detonado un arma por accidente mientras filmaba una escena para su más reciente película, Rust. Eso había ocasionado que el director Joel Sousa saliera herido, y que la directora de cinematografía Halyna Hutchins falleciera de camino al hospital. Distintos medios de comunicación reiteraban el hecho de que Alec había disparado el arma sin querer, sin embargo, Variety y The Hollywood Reporter (noticieros expertos) aseguraron en reportes posteriores que en el set de filmación tenían muchos problemas de seguridad y que semanas antes del incidente ya se habrían disparado “accidentalmente” tres armas de fuego, en consecuencia, la producción decidió abandonar el proyecto, pero el equipo de rodaje de Rust no quiso pausar sus operaciones y horas antes del accidente decidieron contratar a trabajadores no sindicalizados de Nuevo México. No hay muchos detalles verídicos al respecto, solamente que a Baldwin le habían dado un arma fría (que no estaba cargada), y de acuerdo a las declaraciones del director, mientras él, Alec y Halyna charlaban preparando una escena y ensayaban el tiro, el arma se disparó. La policía todavía está investigando el accidente y no se han presentado cargos contra nadie.

Muchas personas volvieron a recordar gracias a eso, la muerte de Brandon Lee quien también falleció tras recibir un disparo mientras grababa la película “El cuervo”. Yo, que últimamente soy más de series que de películas, he recordado el caso de Jon Erik, estrella de los años 80, que entre las grabaciones de la serie Cover Up, mientras tenía unos minutos de descanso, tomó una pistola de utilería, la cargó con una bala de fogueo (es decir, que no tiene proyectil) y se la colocó en la frente justo antes de que el arma se disparara. A pesar de no ser una bala real, debido a la cercanía, Jon sufrió hemorragia cerebral, y luego de 7 días en coma, fue declarado con muerte cerebral.

Dejando a un lado –o no tanto– las historias de la fragilidad de la vida y lo impredecible del destino, esta semana, luego de más de 35 años, debido a trabajos de construcción del nuevo templo, en mi parroquia “cambiamos de iglesia” (como comentaba alguien en facebook), un día antes de mudarnos pasé a despedirme con nostalgia de las paredes que, literalmente, me vieron crecer. ¡Tantos recuerdos! ¡Tantas historias! No solo mías, de muchas, muchas personas. ¡Tantos actos de fe y piedad! Cuántas personas habrán crecido dando sus primeros pasos ahí. Cuántas personas habrán sido bautizadas… cuántas habrán tenido ahí su primera misa… ¡cuántas personas habrán tenido ahí su última misa! «Cuna de mil vocaciones» como decía un himno. Tantos santos anónimos forjados entre cuatro paredes…

Por cierto, a propósito de que la iglesia celebra hoy la solemnidad de todos los santos (y ojo, eso no estaba en el guión, pero es algo que he recordado mientras escribo)… la semana pasada fui con mi ‘peluquero de confianza’ –no sé si alguien necesita hacerle publicidad a los peluqueros, pero sería un buen slogan–, para cómo están los tiempos tendría que explicar a qué fui para evitar malentendidos, pero confío en mis lectores; bulos aparte, mientras estaba con él, intentando matar el silencio surgió una plática:

–Oiga –dijo–, seguramente su papá vendrá uno de estos días también, últimamente viene unos días después de usted. Por cierto, ¿cómo se llamaba aquel su familiar sacerdote que se cortaba el cabello aquí también?

–Ehm… –dudé en responder, no por la respuesta, sino por lo inesperada que era la pregunta. ¿El padre Lee?

–Sí, ¡exacto! el padre Lee –dijo, como si hubiese pasado mucho tiempo pensando en el nombre y al fin hubiera encontrado la respuesta. ¿Cuánto tiempo ya ha pasado de que falleció? ¿8… 10 años?

–6 años ya…

– ¡Tan rápido! Bueno, yo creí que era más, supongo que es porque la última vez que lo vi fue antes de que se fuera a Roma.

– ¿En serio? –respondí con sorpresa, sobre todo porque no creí que le recordara tanto y con tantos detalles. ¡Y lo que faltaba!

–Yo me recuerdo bien de la última vez que llegó conmigo. Estábamos frente a la iglesia… ¿cómo se llama? San… san… no –se interrumpió él mismo–, sagrado, sí, frente a la ‘iglesia Sagrado…’

No sabía qué decir. Escucharlo estaba siendo más entretenido de lo que esperaba, a pesar de que yo también había estado presente esa vez de la que él hablaba con tanto entusiasmo…

–Terminé de cortarle el cabello (al padre) –dijo, continuando su historia– y antes de irse me dijo: “bueno, usted, se me cuida, y primero Dios, nos vemos dentro de tres años. ¿No le he contado, verdad? Me voy a estudiar a Roma. Para allá me mandaron. Páseme su número de teléfono, y cuando regrese le marco para ver en donde está ¡con eso de que últimamente cambia mucho de ubicación!”, ahora ya no tengo el mismo número, pero todavía me recuerdo muy bien de su estilo: poco corte enfrente, para atrás, redondo y sin patillas, Más de una vez me dijo “sólo me quito los lentes cuando duermo, cuando me baño y cuando vengo con usted, por eso la gente me reconoce hasta que salgo.” Mire, yo no soy católico pero estos días que miro a la gente que va al cementerio y celebran a los santos y todo eso, yo digo que ese padre sí fue santo.


¡Había contado con tanto entusiasmo y tanta intensidad su historia con el padre!, y yo, mientras regresaba a casa, volvía a recordar aquella anécdota que cuenta el Profesor, del día que alguien le dijo “... ¿sabe qué? El padre Lee es mi santo favorito.” Pero eso, es otra historia…

Que vea… aunque a veces no vea.

Dicen que nunca es tarde para contar una buena historia, quizá eso me ha dado cierta comodidad cada vez que me he dispuesto a escribir. La c...